A orillas del río Alberche, en Navaluenga (Ávila), se encuentra El Hotelito. Aquí las prisas se dejan en la puerta donde comienza una experiencia que aunará naturaleza, gastronomía y un magnífico trato personal. Todo ello corre a cargo de sus propietarios, Cándido Ruiz y Christina Aagesen que dejaron sus respectivos trabajos en Madrid para dedicarse de lleno a su proyecto, al que han aportado años de experiencia en el sector del turismo.
Un jardín nos da la bienvenida a una casa de montaña donde predominan las líneas suaves y los grandes ventanales que van del suelo al techo. Christina, danesa y artífice de la decoración, fusiona con armonía lo mejor de ambas culturas, la escandinava y la mediterránea. Desde la entrada se ven los detalles: una inmensa barra de acero pulido, maderas nobles, cueros potentes, tapicerías de colores fuertes bien integradas y mobiliario original, como los taburetes antiguos de los pastores manchegos (serijos) que se encuentran en la sala de la chimenea, donde tomar una cerveza artesana de la Sierra de Gredos con un queso de El Barraco. La casa tiene 12 habitaciones. Todas son iguales: camas altas, mullidas, con edredones nórdicos, de los de verdad… los que mantienen la temperatura corporal y hacen que durmamos profundamente. Lo demás son pluses: percheros suficientes (algo que escasea normalmente), buena luz, amenities abundantes en el cuarto de baño y café o té a disposición del cliente. Y desde la cocina, por la noche, sólo para los huéspedes, Cándido y Christina nos presentan una carta de inspiración nórdica con platos como la lasagna de acelgas, carne ecológica, tomate natural y yogurt griego, o el carpaccio de bacalao con salsa de cítricos, entre otros. Apuestan y promocionan los vinos de la tierra. Por las mañanas, en el desayuno, huevos fritos de las gallinas “felices” de su corral, zumos naturales recién exprimidos y panes ecológicos. Lo mejor, sin hora… tranquilidad ante todo, que uno viene a desconectar. Si es verano, el cliente puede darse un chapuzón en la piscina, o acercarse a alguna de las calas del Pantano del Burguillo. La terraza se convierte en un lugar de tapeo y charla maravillosos.