Morir de éxito. O entre todos lo mataron y él solo se murió. Dos frases que se pueden atribuir a ese combinado que se impuso con fuerza en los últimos años pero al que los excesos de algunos barman (profesionales unos, simples aficionados otros) han llevado al aburrimiento. De la sencilla mezcla original de ginebra y tónica con una rodaja de limón (o un poco de su corteza para los más sofisticados) se pasó a la incorporación de todo tipo de semillas, especias y hierbas hasta convertir algunos de estos gin tonic en verdaderas ensaladas en un vaso. Y como los excesos no son buenos, muchos de quienes lo pedían como remate de una comida (un error, por cierto, porque el gin tonic es un aperitivo) ha ido volviendo a los destilados clásicos. Así, en muchos restaurantes están constatando que los clientes prefieren acabar con un buen whisky, un coñac francés o un brandy jerezano, incluso un armagnac o un calvados, casi desaparecidos estos últimos durante algunos años. También el auge de la coctelería influye en esta tendencia. Ha comenzado por tanto el declive del gin tonic. Fueron los cocineros, empezando por Ferrán Adriá, quienes lo pusieron de moda. Sobre todo en San Sebastián, uno de cuyos locales de copas, el Dickens, se convirtió en la gran referencia de este combinado. Llegaron entonces al mercado decenas de ginebras (en algunos bares y restaurantes presumían de ofrecer más de dos centenares de marcas) y tónicas de todo tipo y color. Y como en todas las modas, apareció el esnobismo: presumir de haber probado una ginebra nueva o jugar a combinarla con la tónica «más adecuada». Y llegó la locura de ir añadiendo ingredientes hasta desvirtuar por completo lo que no es más que una agradable bebida, refrescante y digestiva. Recomendaciones
Que la moda se vaya diluyendo no significa que desaparezca el gin tonic. Sigue siendo una combinación muy agradable, siempre que se ciña a sus orígenes: una buena ginebra, a poder ser de las denominadas London Dry Gin, las más tradicionales; una tónica sin sabores añadidos; un poco de corteza de lima o limón, y hielo. Los ingleses, que fueron quienes lo inventaron, lo toman a última hora de la tarde, antes de la cena. Dicen que es cuando sienta mejor.