Que la naturaleza ordena y manda lo tienen claro los islandeses desde siempre: eligieron vivir sobre una criatura viva y cambiante donde el fuego se asoma por una treintena de volcanes activos y centenares de fumarolas. Casi un millar de manantiales de aguas calientes proporcionan una calefacción no contaminante al 90 por 100 de los hogares. Las piscinas termales (como la famosa Laguna Azul, cerca de Reykjavik) y el géiser Strokkur, que lanza su columna de agua hirviendo cada cinco minutos, constituyen la cara amable de la isla; los volcanes, en cambio, se gastan otros humos. Jon Nieve e YgritteEsta actividad destructiva y transformadora es más evidente en el entorno del lago Myvatn, en el noreste de la isla. Allí se encuentra Grjótagjá, una cueva con una pequeña laguna termal en su interior que se hizo famosa tras ser el decorado de la tórrida escena de amor entre Jon Nieve e Ygritte en la celebérrima serie «Juego de Tronos». Los lugares elegidos para esta producción están convirtiéndose en objeto de deseo para los fans más irredentos. Grjótagjá fue una popular zona de baño hasta la década de 1970, pero las erupciones volcánicas calentaron el exceso la pileta natural. La temperatura ha caído por debajo de 50 °C, no lo suficiente para introducirse en esas aguas transparentes sin peligro de sufrir quemaduras. Un lugar mágico, un pequeño templo de la naturaleza cerca de otros prodigios. Escena de «Prometheus» rodada en DettifossDe modo que si visita esa zona de Islandia, no pase por alto Krafla, una zona salpicada de cráteres, campos de lava y solfataras. Conduciendo por la carretera número 1 en esa dirección se atraviesa Ódáðahraun, donde se entrenaron los primeros astronautas que viajaron a la Luna. Cerca está Dettifoss, la cascada más caudalosa de Europa, un torrente desmadrado y ensordecedor que sobrecoge, escenario del arranque de «Prometeus», la película de Ridley Scott, y el Parque Nacional Jökulsárgljúfur, donde se encuentra el cañón de Ásbyrgi que, según la tradición, es la huella dejada por la pezuña de Sleipnir, el caballo volador de Odín. Una explicación más plausible propone que la rasgadura fue obra de una avenida de agua de proporciones inimaginables producida tras una erupción bajo el glaciar Vatnajökull.