Fuerteventura, la isla de los sueños

A decir verdad, poco sabemos de esta isla, más allá de haber oído hablar de sus playas y del viento en algunas de ellas, para el delirio de los surfistas. Bueno, y también del destierro del insigne escritor Miguel de Unamuno, que recaló aquí en 1924, por enfrentarse a la dictadura de Primo de Rivera, a través de sus artículos en prensa. Su estancia en la isla, a la que ensalzó su clima, como una eterna primavera, le ha premiado con un museo en su honor que no debemos dejar de visitar.

A Unamuno lo trajeron en barco en una larga travesía. Ahora el viajero llega en un moderno avión de la compañía Iberia Express en un viaje de poco más de dos horas. Y para no perderse nada, merece la pena aprovechar ofertas como las que propone B the Travel Brand, que encajan en cualquier presupuesto para visitarla.

La primera parada en la isla es en el Hotel El Mirador de Fuerteventura, ubicado en Puerto del Rosario, a un par de kilómetros de la capital. Un alojamiento que cuando lo inauguraron fue Parador Nacional y ahora es un establecimiento de cuatro estrellas totalmente renovado. Desde sus habitaciones y terrazas se obtiene una vista fantástica de la capital y también de las playas adyacentes.

Los molinos de la oliva

Puesto que la isla es bastante grande, optamos en primer lugar por visitar la zona norte de la misma. El primer destino son las famosas Dunas de Corralejo, que con sus arenas doradas y el viento casi siempre presencial, hacen que esté siempre concurrido por los surfistas, windsurfistas, y los que practican el «kiteboard». Paseando por esta zona nos topamos con una visión casi fantasmal: volcanes extinguidos sobre suelos de tonos ocres, como el Calderón Hondo o la Montaña de Bayuyo, ambos con senderos señalizados que nos hacen creer que caminamos por algún planeta del sistema solar que no es la tierra. No es de extrañar que en La Oliva, antaño la ciudad más importante de la isla, haya edificios hechos de piedra volcánica como la Iglesia de la Candelaria. Su contrapunto sería la Casa de los Coroneles, un edificio donde habitaron los militares que controlaban la isla. Pero no todo es lava en La Oliva. Algunos molinos, desperdigados por el campo, son de una gran belleza. En ellos se molían los cereales para hacer la harina de gofio, alimento por excelencia de los majoreros, antiguos pobladores aborígenes de las islas.

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Desde los acantilados de El Cotillo y desde el Castillo de Tostón las vistas son impresionantes, sobre todo al atardecer. Para completar la jornada, una buena opción es cenar en el restaurante el Mirador, donde ofrecen uno de los pescados típicos de la zona, el cherne a la plancha, con mojo y papas, colofón ideal de la visita a este pueblecito con sabor marinero.

Betancuria, pueblo encantador

Siguiendo hacia el sur y antes de llegar a Betancuria, disfrutamos de un fantástico mirador. Se llama, Guise y Ayose, en él sobresalen dos inmensas estatuas, que representan a los dos monarcas prehispánicos de la isla, que dividían el territorio en dos reinos. El del norte, o Maxorata, liderado por el Rey Guise, y el del sur, o Jandía, por el Rey Ayose. En 1405 se rindieron a las fuerzas de Béthencourt y fueron bautizados, ya con nombres españoles. Desde aquí queda a tiro de piedra el pueblecito más famoso y bonito de toda la isla. Nos referimos a Betancuria, cuyo nombre proviene de su descubridor. El pueblo encandila a sus visitantes con su historia, sus calles estrechas llenas de flores, sus casas encaladas, y sobre todo con la tranquilidad que se respira en cualquiera de sus rincones. Un par de museos y la Iglesia de Santa María son sólo algunos de sus tesoros, pero lo mejor es disfrutarlo tranquilamente y perderse por sus callejas.

Playas vírgenes

Continuamos hacia el sur y llegamos a Costa Calma, un istmo de arena que separa la península de Jandía del resto de la isla. Esta península se ha convertido en el espacio natural mejor conservado de Fuerteventura, y aquí se encuentran posiblemente las mejores playas, como las de Sotavento, Esquinzo y Matorral. Poblaciones como Morro Jable y el Puerto de la Cruz, la ciudad más al sur de la isla, con el faro de Jandía, se ofrecen como punto de partida para conocer la Fuerteventura más virgen, con sus colinas y planicies desiertas.

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Desde estas poblaciones, una carretera de arena, llena de curvas y precipicios, nos lleva hasta Cofete. Conduciendo, vemos algunas cabras que se pasean en un paisaje que se antoja lunar, al igual que el cementerio de Cofete, inundado por las dunas, donde sólo queda en pie la puerta de entrada y alguna que otra tumba.

No hay que despedirse de la isla sin comprar sus famosos quesos Maxorata, elaborados con leche de cabra autóctona majorera, y que se han convertido en unos de los más premiados del mundo.

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