Se dice que el golf nació en Escocia, pero que luego se hizo mayor en Irlanda. La isla esmeralda cuenta con el mayor número de campos por habitante del mundo y es un auténtico paraíso para los amantes de este deporte. El modo en el que se vive y se respeta, además de los entornos en los que ocupan sus más de 300 recorridos de todo tipo hace que sea una visita obligada para cualquier aficionado. Sin embargo, cuando se le quiere dar una vuelta de tuerca más al gusto por el golf, hay que hablar de los links. Se trata de aquellos entornos costeros, moldeados por la naturaleza y batidos por el viento, en los que la naturaleza es el principal rival del deportista. Condicionados hasta el extremo por las duras condiciones climáticas, los greens están muy duros y tienen unas velocidades endiabladas; además, como la mayoría de las veces no se distinguen de los antegreens, no es difícil tener que patear desde una cincuentena de metros de distancia. En cuanto a las calles, son extremadamente onduladas, repletas de profundas trampas de arena y, por lo general, estrechas. Esto quiere decir que hay que ser muy preciso con los golpes de salida y los de colocación, pues en el caso de terminar en el rough lo más probable es que la bola acaber hundida en la espesura o perdida en los matojos. Este panorama, que tienta las capacidades de los golfistas más avezados, alcanza su cénit en Irlanda del Norte, donde se encuentran algunos de los mejores links del planeta. Tanto es así que, por segunda vez en la historia del torneo, el Open Británico cruzará el mar de Irlanda para disputarse en Royal Portrush el año próximo. Portrush, volcado con el Open
La pequeña localidad del condado de Antrin (de apenas 8.000 habitantes), vivía hasta hacía poco centrada en la pesca y el turismo que generaba la famosa Calzada de los Gigantes, situada a solo 13 kilómetros. Pero desde que se conoció que el British la visitaría en 2019 ha cambiado por completo. Han proliferado asentamientos de bungalows que, al igual que todos los alojamientos disponibles, ya están reservados para el evento. Ahora el magnífico diseño costero no da abasto para recibir a todos los visitantes que quieren jugarlo y ha realizado unas ligeras variaciones de diseño de cara al Open. La experiencia de una ronda de golf no se olvida fácilmente. A diez minutos de distancia se encuentra otra joya como Portstewart, sede del Abierto de Irlanda de 2017 en el que venció Jon Rahm. El hecho de que el vizcaíno haya declarado que sus primeros nueve hoyos son los mejores que ha jugado le ha convertido en su mejor embajador. Y no le falta razón. Con unas calles labradas entre altas dunas, el contraste cromático provoca la sensación de estar en un paisaje lunar. Es algo único que provoca una conjunción con la naturaleza difícil de explicar. Aunque hay otros muchos links de altísimo nivel, como Ardglass o Castlerock, la visita obligada para cualquier golfista debe ser la de Royal County Down. Situado en pleno Newcastle, ya cercano a la frontera con Eire, es una auténtica joya que merece la pena conocer. Sus enormes dunas y brezos, junto al azul del mar y la cercanía de la montaña, provocan una explosión de colorido que a menudo nubla la mente. Y si se consiguen superar los tiros ciegos con éxito y firmar algún que otro par (con la ayuda de un caddy local), la felicidad ya será absoluta. La de un golfista realizado. Pistas
La vía más directa de entrada a Irlanda del Norte es por Belfast, que tiene vuelos diarios con Alicante, Málaga y Palma. Desde otras capitales españolas hay que hacer escala en Londres o ir a Dublín, desde donde hay un par de horas en coche por buena autopista. Luego, una vez en el Ulster, conviene perderse por sus carreteras secundarias y sus paisajes y apreciar la buena gastronomía. Los bebedores disfrutarán con el whisky autóctono y la cerveza.