Los sueños cumplidos de Ángela Portero: Mujeres y sin embargo, amigas

A medida que iban pasando los días y nos acercábamos a Las Palmas, con buena mar y mejor viento, más a gusto no sentíamos en medio del océano Raquel y yo. Todo nos venía bien de lo felices que estábamos.

Nos habíamos acostumbrado al vaivén del barco, al ruido del motor, a no tener wifi ni contacto con nadie, a no ver más que el inmenso azul, a sentir el viento en la cara y a saber a sal. Poco importaban las “incomodidades” de la vida a bordo: no poder lavarte el pelo con la frecuencia habitual, fregar los platos controlando el caudal del grifo, cocinar sujetando la sartén para evitar que se te cayera encima, golpearte con cualquier esquina por un golpe de mar, despertarte en mitad de la noche por un pantocazo o descansar a base de microsueños, en intervalos inferiores a veinte minutos.

Si algo nos causaba un poco de pesadumbre era no tener noticias de nuestros hijos y seres queridos. Las comunicaciones en alta mar se limitan al teléfono vía satélite y aunque habíamos tenido la oportunidad de llevar uno con nosotras, en el último momento decidimos no hacerlo por su elevado coste. En cualquier caso, en el Delizia había un teléfono para emergencias y siempre era posible enviar un mensaje inferior a los cien caracteres, sin coste dentro de la tarifa satelital contratada.

Por las noches, amparadas en la intimidad de nuestro camarote, teníamos por costumbre quedarnos dormidas tras una buena sesión de lo que llamábamos “reflexiones nocturnas”. En aquellas charlas existía una especie de código intransferible, marcado por nuestras vivencias, regadas de risas, leves enfados e incluso, alguna lágrima, dónde nos confiábamos todo aquello que no queríamos compartir con nadie más y que además, pocos comprenderían. No hay nada como reírse con tu mejor amiga y que nadie lo entienda; no hay nada como llorar con tu mejor amiga y no tener qué explicarle el porqué.

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Aunque reconozco que me han decepcionado más mujeres que hombres en mi vida, por una especie de confianza ilimitada en nuestro género, siempre les he dado más oportunidades a ellas que a ellos. Con ellos soy implacable, probablemente porque necesito menos el amor de un hombre que la amistad de una mujer. En ellas encuentro apoyo moral, lealtad y sinceridad, con ellas puedo ser yo, sin miedos ni dobleces. Y es que entre mujeres existe otro código, una especie de ADN colectivo que nos hermana y nos hace más poderosas, una conexión especial y un vínculo afectivo que los más cool llaman ahora“Shemance” y que es lo que toda la vida se ha conocido como Mi Mejor Amiga.

Nuestra amistad se había forjado en momentos dulces y afianzado en los complicados. Aunque de caracteres muy diferentes, nos sentíamos almas gemelas con vidas paralelas. Estamos juntas en esta locura, viviendo intensamente el sueño de nuestra vida, disfrutando de la aventura y de muchas emociones.

Nuestra hermandad había llegado a ese punto, en el que con una sola mirada nos entendíamos. Sin embargo, no podía evitar preguntarme si nuestra amistad resistiría esta convivencia tan intensa y todo lo que aún nos quedaba por vivir en un viaje sin fecha de retorno y con rumbo tan incierto.

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