HÉCTOR GONZÁLEZ

  • Le Fresque des Québécoises, un mural urbano imponente, representa a los principales personajes de la historia de Quebec.
  • Los vehículos lucen en su matrícula la frase ‘Je me souviens’ para recordar y demostrar su pasado francés.
  • Los impuestos no están incluidos en el precio de las etiquetas de los comercios. Después, cuando compras, te añaden en la cuenta un 15% más por impuestos.

Ciudad de Quebec

¿En francés o en inglés? Como prefieras. Entonces, en francés. Este breve diálogo se repite a lo largo del viaje por la provincia (reconocida como nacionalidad por el propio país) canadiense de Quebec. Québec en francés. Los vehículos lucen en sus matrículas la frase “Je me souviens” (me acuerdo), evocando sus orígenes francófonos. La bandera azul y blanca autóctona ondea, como mínimo, en los mismos lugares que la rojiblanca de Canadá.

El sentimiento de pertenencia a una nación diferenciada se percibe en el orgullo por su idioma propio y por su peculiar pronunciación, aunque la mayoría de sus habitantes sea bilingüe. O por sus grandes ciudades. Principalmente, por la populosa Montreal y por la capital, Quebec. No obstante, en otras cuestiones más prosaicas coincide con el vecino y más estandarizado Ontario, como en los cortes en las autovías, o en solicitar la tarjeta Visa como toda referencia en los alojamientos (el pasaporte no parece importar).

De vuelta a Quebec, y más en concreto a su capital homónima, alegra la mañana el saludo efusivo con el que obsequian y despiden al transeúnte los conductores de autobús. La politesse tan francesa, con el deseo de Bonne journée como máxima expresión, demuestra el elevado grado de civismo. El número 800 es uno de los vehículos públicos urbanos que trasladan al centro, tanto al viejo como nuevo, prestigiado con reconocimiento de patrimonio de la humanidad. Repasando en el trayecto los titulares de Le Journal de Québec, leo que tienen vacantes 76.000 plazas de trabajadores. En numerosos comercios y restaurantes, con carteles en la puerta solicitando empleados, se aprecia esa carestía de mano de obra.

Cinco kilómetros de muralla

Sus cinco kilómetros de zona amurallada (con algunos tramos en restauración) ofrecen una buena muestra de su pujanza como asentamiento inicial, de las guerras que ha vivido y de su potencial turístico. Desde la puerta de Saint-Jean resulta sencillo encaminarse a la catedral católica, que ejerce, a la vez, de mausoleo de San Francisco de Laval, cuya obra social y en apoyo de los más desfavorecidos ilustra gran parte de los carteles interiores. El edificio impone. Cerca se halla la homóloga anglicana, que destaca el hecho de ser la primera catedral de esta doctrina religiosa construida fuera de las islas británicas.

En cualquier caso, el mejor retrato de la ciudad lo representa Le Fresque des Québécois, un enorme mural urbano que muestra a los personajes más ilustres de la historia local, desde gobernadores a cantantes. Se encuentra en la parte vieja de la ciudad, la más transitada por los visitantes, algunas de cuyas viviendas fueron remozadas para recordar los primeros asentamientos de colonos, allá por el siglo XVII.

También interesante el cercano mercado del Puerto Viejo, con sus puestos de productos selectos, de verduras autóctonas e importadas, del tradicional sirope de arce, y con su modesto restaurante, que sirve, cómo no, el plato típico: la poutine, una especie de caldo de estofado que embadurna patatas fritas y un queso que no acaba de fundirse.

Los impuestos añadidos

Los elevados precios obligan a buscar hospedajes alejados del centro. En Canadá a la cantidad inicial que te piden por un producto siempre hay que sumarle aproximadamente un 15% más (que no te indican al principio y únicamente aparece en la cuenta final) por impuestos federales y provinciales.En Quebec, otro 3,5% más en alojamiento. Y si vas a un restaurante o subes a un taxi, un 15% más de media en propina. El país, explican en otro artículo periodístico, calcula que los camareros ganan en propinas un 8% más de su salario, y así se lo cobra en impuestos.

El estado de Quebec, en su inmensidad, supone mucho más que su capital homónima y que su megalópolis Montreal. Alberga pueblos con encanto, como Baie Saint Paul, ubicado junto al omnipresente río San Lorenzo, o Montebello, que presume de tener el castillo de madera conservado más grande del mundo y su mansión Papineau, convertida, con su entorno, en parque nacional. Por cierto, este año, con motivo de sus 150 años de estado confederado, la entrada a los parques nacionales canadienses resulta gratuita.

También acoge el Omega Park (26 dólares la entrada), una especie de reserva de animales quebequenses visitable. En casi todo el recorrido, en coche. Repartiendo zanahorias a ciervos y jabalíes o contemplando osos negros. A pie puede atravesarse lugares con un aura mágica, como el Sendero de las Primeras Naciones, con el tótem y la historia representativa de cada una de ellas, desde los algonquinos a los mohawks. O los espacios de exhibición de la pericia de los lobos árticos o diferentes aves rapaces.

O ciudades medias, como Trois-Rivières, con sus poemas y obras de arte colocadas en las calles que desembocan en el recorrido fluvial del San Lorenzo. Los puestos de venta alegran el paseo. También merece una incursión la imponente catedral anglicana. Y siempre por las interminables carreteras (a unos 80 céntimos de euro el litro de gasolina), una nueva escala: Saint-Eustaque, con el molino más antiguo de Canadá que sigue produciendo harina.

Fiordo del río Saguenay

Y otro salto a espacios naturales. En este caso al fiordo que traza el río Saguenay con el San Lorenzo. Las localidades de su inicio atraen por el avistamiento de ballenas. En cambio, el municipio de Petit-Saguenay, más en el interior, lo hace por la pesca del salmón. Con su campamento para aficionados a esa práctica, sus cascadas y los numerosos carteles explicando cómo liberar a la presa una vez capturada y fotografiada para que sufra el mínimo daño.

A escasos kilómetros, una enorme playa fluvial que se desvanece cuando sube la marea. También atractivo el espigón desde cuyo extremo puede contemplarse una espléndida puesta del sol sobre el agua fluvial. Separa los ríos Saguenay y su afluente, el Petit-Saguenay. Desde allí en apenas media hora de circunvalación montañosa se llega al municipio de Saint Felix d’Otis, plagado de lagos y de aficionados a los deportes acuáticos. Y a la zona vacacional de Anse Saint-Jean, con sus casitas de madera asomadas al fiordo.

Y para descansar después de tanto trasiego, recomendable cruzar el río San Lorenzo desde alguno de los puentes kilométricos que lo atraviesan y sumirse en un bucolismo digno de Garcilaso de la Vega entre los maizales de Durham-Sud. Quebec resulta tan inmenso, con su millón y medio de kilómetros cuadrados, que por muy exhaustivo que resulte el recorrido siempre quedarán numerosos lugares interesantes por visitar. En cualquier caso, deja en la mente, indeleble, el recuerdo de sus contrastes. Parafraseando a los habitantes de Quebec, “je me souviens”.

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