Venecia: Cuna del misterioso carnaval

Venecia –la ciudad en la que los trayectos no se miden por calles, sino por puentes– es una pequeña superficie del planeta que nada tiene que ver con el resto del mundo. Todo en ella es especial y diferente pareciendo querer desafiar a lo conocido. Pero su hechizo se acentúa aún más los días de carnaval, pues permite, de forma efímera, ignorar los preceptos sociales… Una vez al año es permisible volverse loco. En estas fechas, viajeros de todo el mundo acuden a Venecia, pues «viajar es vestirse de loco» y para ello la ciudad es uno de los mejores destinos.

Venecia sorprende por poseer colores propios: ocre velado, rojo en reposo, azul verdoso, blanco grisáceo… Algunos piensan que su palidez es reflejo de decadencia; otros, que la belleza de sus aguas es tan soberbia que exigió al hombre tonos neutros.

La reina del Adriático

Envuelta en niebla, desprende magia y retiene secretos. En el murmullo de sus riachuelos se puede imaginar un sinfín de conversaciones y palabras pronunciadas hace tiempo… Aguas que fueron testigo de lo que, hoy, en el carnaval, busca el viajero: dejarse arrastrar por una locura reglada y permitida, en la que al placer no lo detenga el miedo.

Al recorrer la ciudad en carnaval, el frío intenso de febrero invita a utilizar una capa que cubra el cuerpo, o a vestir un traje que funda con el tiempo. Puente tras puente, La Serenísima va seduciendo, despertando deseos, prometiendo que por unos días, ella, de nuestro comportamiento guardará silencio.

La festividad del carnaval ha sido celebrada desde hace milenios, pero fue Venecia la que, en el siglo XI, introdujo la tradición de la máscara que ocultaba el rostro. Tuvo su origen en una antigua costumbre veneciana en la que la nobleza convivía con el pueblo, para, de igual a igual, disfrutar de la libertad de no ser amo ni siervo. Durante esos días –a veces incluso meses–, protegían su identidad con grandes capas y elaboradas máscaras.

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Al igual que miles de viajeros, siempre intuí que los actos que muestran los medios de comunicación –desfiles, concursos, bailes y cenas– no reflejaban el concepto real de esta fiesta… Es en las calles, puentes y callejuelas donde se encuentra la esencia del carnaval de otros tiempos.

Como en una hermosa quimera, pero cierta, la gente deambula por Venecia con el propósito de admirar su singularidad y belleza. Todo en ella desborda y explota: luz, música –de la que es protectora–, elegantes vestimentas… Incluso los pájaros que surcan su cielo se convierten en protagonistas de fotografías que al mundo muestran su vuelo.

Los que pasean exhibiendo costosas ropas de otra época perciben la magia que despiertan y, con paciencia, posan ante cámaras, vídeos o cualquier mirada que revele interés y respeto por su aspecto; a cambio nada exigen, solo el placer de la deferencia del que contempla, pues la máscara preserva al que la lleva. El carnaval provoca un sentimiento indescriptible cuando, bajo el anonimato, el divertimento se halla libre de apariencias. Aquí todo vale; aquí nada se espera… aunque todo se encuentra. Es un perderse sin querer preguntar cómo se llega. Un no importar al lugar que pertenezcas. Venecia hace sentir al viajero que es nativo de una tierra que no es tierra, sino laguna en la que se edificó sobre estacas de madera. Es justo esa naturaleza parte de su grandeza.Venecia fluctúa, no solo en sus aguas, sino también entre la máscara y la sombra. La ciudad, de corazón mercader, ha sabido realizar la síntesis de aquello que rodea a la existencia. Llegados a este punto, podría describir calles repletas de turistas; o la atracción de las tiendas –donde las máscaras aún sin dueño parecen promesa de un viaje de retorno incierto a la cordura y la lógica–. De fondo, el ruido de miles de maletas que invaden su suelo, cruzan sus puentes y duermen en los pequeños hoteles que alberga.

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Imposible describir la sutileza de los detalles que la convierten en una de las celebraciones más elegantes y bellas… Quizás el acto que cada año la inaugura, el salto del Ángel, defina su esencia, pues refleja la necesidad del ser humano de quebrar en algún momento las normas del cielo y de la tierra… La locura hace sentir que, por unos días, todo es posible en Venecia. Pero como dijo Marco Polo en su lecho de muerte: «no he contado ni la mitad de lo que vi…».


Source: Viajes y Turismo

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