Burdeos, una escapada al romanticismo francés

El espejo de agua más grande del mundo trata de reflejar la belleza de Burdeos pero no lo consigue. Una fina lámina de agua, de no más de dos centímetros, se extiende uniforme sobre una inmensa placa de granito en la plaza de la Bolsa intentando ocultar otra posible dimensión de la ciudad francesa. Fantaseamos con ese otro lugar y viajamos imaginariamente al siglo XVIII, momento en el que la plaza se construye fuera de los muros de la fortificación medieval. Con ella, la ciudad inició su mayor periodo de opulencia.

El agua pulverizada que nos saca de la ensoñación actúa como un poderoso imán con los niños. Si antes se les veía tranquilos, sentados en el bordillo del paseo del Garona, ahora no paran de dar volteretas. Sus juegos y risas son la mejor banda sonora que podríamos tener para comenzar a recorrer esta ciudad considerada la «pequeña París». Algún que otro vecino bromea sugiriendo que por qué no se denomina a París como la «gran Burdeos». Las piedras de las fachadas fluviales lanzan destellos dorados sugiriendo el gran tesoro que se encuentra en el interior del casco antiguo. Este centro histórico, de hecho, fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 2007.

Es innegable que Burdeos invita al romanticismo. Pero, también, a las tentaciones. Un nuevo antojo surge a cada paso: alquilar una bicicleta para sentirnos como un local mientras paseamos por las calles recoletas del barrio de Saint Pierre; una cesta llena de flores, un atrezzo perfecto para sentarnos en una terraza; o tomar un café y un croissant recién horneado. En esta ciudad siempre existe la sensación de perderse alguna de sus dimensiones: si miramos al frente, nos perdemos sus bonitos adoquines; si lo hacemos hacia abajo, la majestuosidad de su arquitectura; y si miramos hacia arriba, estamos expuestos a tropezar con los viandantes, las bicicletas y hasta con el tranvía.

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No es fácil encontrar un único motivo por el que recomendar este destino pero algunos de peso son: la concentración de belleza arquitectónica, más de 350 monumentos históricos, sus pequeñas tiendas repletas de tesoros donde comprar perfumes, ropa pret-a-porter y objetos de diseño, las animadas cafeterías y los bistrós, donde la comida es considerada un objeto de culto. No pasa desapercibido tampoco el Gran Teatro, cuya majestuosidad se compara con la de los Palacios de la Ópera de Versalles y Turín. Fue construido por el arquitecto parisino Victor Louis en la época de Luis XVI y ofrece una completa programación cultural.

Si el ajetreo y el calor en la ciudad resulta sofocante a ciertas horas, lo más aconsejable es optar por pasear bajo la sombra de los árboles centenarios del Jardín Público, 11 hectáreas de espacio verde creado en 1746, que ofrece lugar para el esparcimiento, además del conocido teatro de marionetas Guignol Guérin. Cuando el sol comienza a bajar en los largos días estivales, pocas propuestas son más placenteras que navegar por el río Garona. Desde la cubierta del barco, sintiendo el aire en la cara, desfilan la fachada fluvial, los muelles y el nuevo puente Chaban-Delmas, hasta que la urbe cede paso a la naturaleza y surgen las vides de Blayais y Médoc.

Aunque Burdeos puede considerarse un museo al aire libre, sería una pena no visitar al menos dos de ellos: el más antiguo y el más original. El primero, el Museo de Bellas Artes, construido en 1881, nos acerca a los grandes maestros de la pintura europea y, en especial, a una de las colecciones más valiosas de pinturas holandesas de Francia. El más novedoso, por su parte, sorprende no sólo por la temática sino por su innovadora arquitectura. La «Cité du Vin» merece su propio apartado.

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La Ciudad del Vino

Burdeos, como un universo gourmet encabezado por algunos de los mejores vinos del mundo, fue elegida la ubicación idónea para construir la «Cité du Vin». Inaugurado en 2016 con el propósito de transmitir el alma del vino a través de una inmersión sensorial adecuada para todas las edades. Su arquitectura moderna de líneas onduladas y tonos ocre invitan a la poesía, ya que gira en torno a la esencia del vino y se inspira en su movimiento en la copa, en los remolinos del Garona y en los nudos de la vides.

En este edificio, en el que muchos adivinan un gigantesco decantador dorado, se puede realizar un viaje completo al mundo del vino. Para cumplir su función didáctica se apoya en recursos audiovisuales y en espacios como «El bufé de los cinco sentidos», «La música de Baco y Venus» o el «Cara a cara con expertos». Para finalizar la visita a Burdeos subimos a su terraza superior, donde brindar por la bella ciudad que se adivina a los pies. Santé!

Cómo llegar:

Hay vuelos directos desde Madrid a Burdeos con la aerolínea AirNostrum y desde desde Barcelona con la compañía Vueling.

Más datos: en la página web de Turismo de Burdeos: www.burdeos-turismo.com.

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