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Cementerio dos Prazeres de Lisboa

Amores y desamores tienen cabida en «Hasta que la muerte nos separe», la romántica ruta que propone el cementerio dos Prazeres de Lisboa para una original celebración del día de San Valentín.

«Aquí es donde todo termina, pero también donde todo comienza», asegura Licínio Fidalgo, experto en Historia y guía del mayor camposanto de la ciudad, que pretende atraer en estos días a enamorados de todo el mundo.

Los Prazeres merece una visita. Con o sin amor. Así que poco importa que buena parte de los protagonistas de los relatos de Licínio no reposen en el cementerio.

Con impresionantes vistas sobre el puente XXV de Abril y el Tajo, Prazeres heredó su nombre de una finca próxima a Campo de Ourique, en el oeste de la ciudad. Sus calles impolutas, custodiadas por cipreses, y su arquitectura monumental crean una atmósfera que invita a la reflexión.

Aquí descansan grandes de la historia portuguesa y ahora, saturado, guarda un rincón para artistas, bomberos y policías.

Elise Hensler y Fernando II

En una tumba construida con piedras y árboles y coronada por una cruz, reposa Elise Hensler, segunda esposa de Fernando II. Ella, suizo-americana, cantante de ópera y madre soltera. Él, rey viudo y amante de las artes.

No fue una relación bien vista, así que Fernando esperó a que su hijo Pedro asumiera el trono para casarse con Elise, nombrada condesa d’ Edla. «Fueron dos almas gemelas. Todo el romanticismo de la sierra de Sintra se debe a ellos», afirma con rotundidad Licínio.

A la muerte de Fernando, Elise se mudó a Lisboa con su hija Alice, «que pensaba que era su tía». «Solo en su lecho de muerte reveló que era la madre de Alice», puntualiza Licínio.

Estuvieron juntos hasta la muerte, pero Fernando fue enterrado con su primera mujer, la reina María, en el panteón real de Alcobaça.

Francisca y José Augusto

La historia de Francisca traspasó fronteras. Es la «Fanny Owen» de la novela de Agostina Bessa-Luís que luego adaptó al cine Manoel de Oliveira. Oporto, siglo XIX. Dos amigos se enamoran de la misma joven. José Augusto, de ingenio mediocre, la rapta y se casan. Pero Francisca no olvida al otro.

Un año después, ella muere de tuberculosis. Su marido la sigue a los pocos meses. «A él le gustaba mucho el opio», recalca Licínio, que aún tiene una revelación sorprendente: «Un médico dijo que Francisca era virgen cuando murió. ¿Qué pasó ahí? Hay muchas especulaciones».

Licínio tiene su propia hipótesis, pero reconoce que no está avalada por la Historia. «Fue un amor dramático hasta el final», resume.

Isabela Juliana Paim y Alexandre Holstein

Todavía queda otro gran amor. «Es el origen de los duques de Palmela», propietarios de un panteón de 200 tumbas.

Para escuchar el relato completo es mejor sentarse: «Es la historia de cómo dos personas van hasta sus últimas consecuencias por amor», comienza.

Isabela Juliana Paim y Alexandre Holstein se prometen amor eterno en la adolescencia, pero ella es prometida por su padre a un hijo del marqués de Pombal, entonces el hombre más poderoso del país.

Isabela pronuncia un sonoro «no» en el altar, pero de nada le sirve. «A su nana le dio tanta pena que la ayudó a preparar un saco con sábanas. Por las noches, se envolvía en el saco, cerrado hasta el cuello, y así no se consumaba el matrimonio», continúa Licínio.

La pareja se convierte en la comidilla de la alta sociedad lisboeta. Tanto, que Pombal pide la nulidad papal. Eso sí, envía a Isabela a un convento controlado por la hermana del marqués.

Abandonada y repudiada por su familia, Isabela espera hasta que Pombal cae en desgracia y precipita el final feliz: Alexandre va en su busca y se casan. «Es un romance shakesperiano», asegura Licínio.

Fue un «hasta que la muerte nos separe», pero no un amor eterno. Muerta Isabela, Alexandre se casó con una de sus sobrinas.

María Severa Onofriana y el conde de Vimioso

Menos suerte tuvo María Severa Onofriana, la bella gitana de voz prodigiosa a quien se atribuye el origen del fado.

El suyo fue un drama en toda regla. Se enamoró del conde de Vimioso, un burgués trasnochador que la paseó por Lisboa hasta que contrajo tuberculosis y la abandonó.

Murió joven, pobre y sola: «No me lleven flores. Si no me respetaron en vida, no quiero que me respeten en la muerte», asegura Licínio que dijo Severa en su agonía.

Fernando Pessoa y Ofelia Queiroz

Tampoco Fernando Pessoa descansa con Ofelia Queiroz. Su amor imposible. El cuerpo del escritor fue retirado de los Prazeres antes del entierro de Ofelia. «Desunidos en la vida y en la muerte», se resigna Licínio.

A veces, como escribió Pessoa, «el amor romántico es un camino de desilusión».

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