Los sueños cumplidos de Ángela Portero: Rumbo a Cabo Verde

Hacía un sol radiante y a pesar de que era pleno invierno, me puse unos shorts negros y una camiseta para bajar al Muelle Deportivo. Mientras desayunábamos el Comandante Máximo nos anunció su intención de zarpar lo antes posible, para evitar hacerlo con el ARC, la Atlantic Rally for Cruises. Raquel y yo nos miramos decepcionadas pues nos habíamos hecho a la idea de que saldríamos a la una del mediodía, junto a los trescientos barcos que este año realizaban la regata transoceánica. Intentamos convencer al propietario del Delizia y buscamos con la mirada el apoyo de los Gianes a nuestra causa. En sus ojos también se apreciaba un cierto desencanto.

Para nosotras era un día muy especial. Habíamos soñado muchas veces con ese momento y aunque no íbamos a hacer la misma travesía que los participantes en el ARC, queríamos vivir ese momento en el que centenares de veleros levan anclas despidiéndose de Las Palmas de Gran Canaria para poner rumbo directamente al Caribe. Nosotros con el Delizia seguiríamos una ruta diferente que pasaba por Cabo Verde, el archipiélago africano situado frente a las costas senegalesas. A pesar de que los navegantes del ARC no hacían escala en las islas caboverdianas, navegaríamos junto a ellos varias jornadas ya que todos deberíamos poner rumbo al Sur para buscar los vientos Alisios que circulan entre los trópicos, desde los 30º-35º de latitud hacia el ecuador.

Nos montamos todos en el dinghy para ir al puerto. Los chicos tenían que recoger el Génova y querían comprar algunos aparejos. Nosotras, queríamos hacer unas compras de última hora y pasar por las oficinas del ARC para buscar unas camisetas o gorras de recuerdo. Quedamos en vernos en la gasolinera del puerto situada frente a Comandancia Marítima, dónde queríamos sellar nuestra Libreta Marítima y dónde el Comandante Máximo también tenía que realizar los trámites de aduanas, al ser éste el último puerto europeo en el que recalaría el Delizia.

La marina estaba especialmente animada y multitud de curiosos se agolpaban ya en los pantalanes y buscaban un sitio desde dónde admirar la espectacular partida del ARC. Vimos que la discoteca del puerto, dónde habíamos estado la noche anterior tomando una copa, se había transformado en un mercadillo en el que se podían comprar productos típicos de la isla. Nos fuimos allí con la esperanza de comprar plátanos de Canarias, ya que nos habíamos olvidado hacerlo el día anterior.

Los canarios: un pueblo que derrocha simpatía y amabilidad

Encontramos un puesto que vendían plátanos pero no aceptaban tarjetas bancarias y no teníamos efectivo. En uno de los puestos estaba Rafa, propietario de la granja ecológica Cruz de Águeda en la que cultivaba plátanos, papas y otros productos autóctonos. Sólo llevábamos encima 50 céntimos de euro y me propuse ver si conseguía que me vendiera unos cuantos plátanos ya que no encontrábamos ningún cajero para sacar dinero. Al final, nos dijeron dónde había uno y fuimos a por algo de efectivo.

Después fuimos a las oficinas del ARC y nos sorprendimos al ver que habían vendido todo. No había ni una triste camiseta, sudadera o gorra así que decidí ir a saludar a Sarah, la jefa de prensa de la regata por si podía ayudarnos. En realidad no confiaba mucho en que lo hiciera ya que tampoco lo había hecho, cuando semanas antes me había puesto en contacto con ella como periodista para escribir sobre la experiencia de cruzar el Atlántico dentro de la organización. Me sorprendió su escasa colaboración con un colega que le ofrecía publicar varias crónicas en La Razón sobre la regata y la travesía oceánica con la cobertura del ARC. Aún así fui a saludarla, confiando en como es lo habitual, la jefa de prensa tuviera algo de marchandising para regalar a los periodistas que cubrían la salida del ARC. Tras la visita nos fuimos con las manos vacías y con el convencimiento de que los británicos (la organización del ARC es inglesa), son unos “desaboríos”. Nada que ver con el pueblo canario, que derrocha simpatía y amabilidad a raudales.

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Cuando estábamos de regreso al mercadillo nos encontramos con una charanga: la Aldea. Aunque los componentes de la misma se estaban despidiendo para ir a comer algo antes de dirigirse a la bocana, se prestaron a tocar para nosotras al decirles que queríamos grabar un vídeo. La banda, vestida con camiseta y gorra amarilla, estaba compuesta por una decena de músicos que se repartían diferentes instrumentos de viento y percusión. El director de la orquesta silbó a los componentes para agruparlos y empezaron a tocar en medio del paseo marítimo.

Raquel estaba agobiada porque llevábamos ya cerca de una hora de paseo por el muelle grabando y disfrutando del espectáculo que se vivía en las horas previas a la salida del ARC y debía temer quedarse en tierra si nos retrasábamos más de lo debido. Yo, sin embargo, sólo pensaba en como boicotear la decisión del Comandante Máximo que nos iba a impedir hacer la partida junto a los veleros participantes en la regata y rezaba para que algún imprevisto nos obligara a retrasar unas horas nuestra salida.

Antes de dirigirnos a la gasolinera del puerto dónde habíamos quedado una vez levara anclas el Delizia de su fondeo, volvimos al mercadillo para comprar los plátanos. Buscamos a Rafa que nos recibió con su franca sonrisa y su sarcasmo habitual. Nos había preparado una bolsa con un par de kilos de plátanos de regalo y se prestó a que le grabáramos en vídeo la receta de las papas arrugadas. Raquel ya estaba impacientándose y nos fuimos a la Comandancia, situada frente a la gasolinera, al final del muelle dónde estaban algunos de los veleros más espectaculares que participaban en la regata.

Cuando llegamos allí , vimos al Delizia acercándose a repostar. El Comandante Máximo saltó al muelle y le acompañamos a Comandancia mientras los Gianes cargaban los depósitos de combustible y el tanque de agua dulce.

Soltamos amarras y enfilamos la bocana junto a los primeros veleros que abandonaban el puerto. Escuchamos la charanga La Aldea que, desde la otra orilla, animaba a una multitud que se agolpaba para despedir a los participantes del ARC. Había un ruido ensordecedor ya que, además de la charanga y la música, un animador iba despidiendo a cada una de las embarcaciones que contestaban con sus estruendosas bocinas. Nos animamos a bailar en cubierta como hacía el resto de tripulaciones que nos encontrábamos en la bahía. Centenares de personas animaban a los navegantes y saludaban desde el muelle, enarbolando banderas y fotografiando el impresionante espectáculo marinero.

Nos fuimos alejando del Muelle Deportivo de Las Palmas para poner rumbo a Mindelo, nuestro destino en Cabo Verde. Por popa veíamos al resto de veleros enfilar la bocana para situarse en el lugar dónde tendría lugar el pistoletazo de salida de la regata. Al cabo de un rato, empezamos a ver cómo iban izando las velas, optando la mayor parte de ellos por desplegar espectaculares spinnakers, unas velas especiales y enormes con forma de medio balón, que llenaron el mar de colores.

Durante una hora estuvimos navegando en cabeza de la regata pero pronto nos alcanzaron los veleros más veloces. Sabíamos que, al menos, durante dos días navegaríamos siguiendo un rumbo suroeste junto a los casi trescientos veleros que participaban en la regata, algo que iba complicar bastante la navegación nocturna.

Navegamos todo el día con viento a favor y rodeados por decenas de barcos por lo que el Comandante Máximo optó por ponerse al timón situado en el Fly Bridge que permite una mayor visibilidad, ya que nosotros también teníamos, además de la mayor, izado el spinnaker. Continuamos bordeando la isla por su costa este, hasta llegar a la bahía de Gando dónde se sitúa el aeropuerto de Gran Canaria y tras superar la punta seguimos navegando hacia el sur mientras caía la noche. Nuestro rumbo a partir de ese momento sería de 210 grados.

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Primera noche de guardia con Gianluca

Aquella sería la primera noche desde que empezaremos a navegar en el Delizia que Raquel y yo íbamos a participar en las guardias nocturnas. Por razones que no vienen al caso, decidimos que Raquel haría las guardias con Giampa y yo, con Gianluca. Establecimos que el Comandante Máximo estaría de guardia hasta las dos de la mañana y nosotros, alternativamente, de dos a cuatro de la mañana y de cuatro a ocho, hora en la que seríamos relevados por el propietario del Delizia.

A las dos de la mañana, Gianluca me despertó para hacer la guardia. Me lavé la cara para desperezarme mientras me llegaba el olor del café recién hecho. Tras tomar una taza bien cargada de café, acompañadas de unas pastas que aún nos quedaban de Marruecos, me acerqué a la mesa de cartas dónde se encontraba Gianluca observando la pantalla del ordenador y me acomodé junto a él.

Desde la mesa de cartas se controlan todos los datos que suministran los aparatos electrónicos de la embarcación. También recibe el nombre de central de navegación y está situada en una zona central de la cabina. Es el verdadero cerebro del barco y ahora, que todo se controla electrónicamente, es el lugar dónde los navegantes pasan más tiempo. En la mesa de cartas hay un ordenador que tiene instalados diferentes programas de navegación. A él están conectados los equipos de comunicación, de posicionamiento y de información meteorológica, que permiten controlar y analizar diferentes aspectos como el rumbo, la velocidad, la posición de otros barcos en las inmediaciones o el viento.

Actualmente casi todos los barcos usan cartas náuticas electrónicas y las de papel se siguen utilizando para marcar la ruta que se ha seguido, apuntando la fecha en la que se ha pasado por un determinado punto y la distancia recorrida en una jornada de navegación. Al menos así lo hacía nuestro Comandante Máximo que tenía una carta náutica del primer año que cruzó el Atlántico y en ella continuó apuntando las marcas que conformarían la ruta que iniciábamos ese día. El plóter integra los datos del GPS en una carta náutica electrónica y muestra el barco sobre la carta con datos de posición, rumbo y velocidad, además de la información adicional proporcionada por el radar, sistemas de información automática (AIS), sonar y otros sensores.

En el Delizia además del GPS teníamos instalado el AIS que permite saber el nombre, velocidad, ruta realizada, posición o la procedencia y destino de los barcos que nos rodeaban. También informa si estos van a motor o a vela ya que, dependiendo de ello, pueden tener o no preferencia sobre nosotros.

Imposible pegar ojo con cien barcos regateando a nuestro alrededor

Como nosotros navegábamos a vela pero ayudados con el motor y la totalidad de los veleros que participaban en la regata, a vela, tenían preferencia sobre nosotros a la hora de cambiar el rumbo en caso de posible colisión. La noche iba a ser larga ya que las embarcaciones que nos rodeaban estaban constantemente maniobrando para conseguir mayor velocidad.

Resultaba casi imposible calcular cuantos barcos teníamos a menos de diez millas, pero los triángulos con los que aparecen cada una de las embarcaciones reflejadas en la pantalla del radar, se amontonaban desdibujándose su geometría. Esto indicaba la tremenda densidad de barcos que compartíamos rumbo y era posible visualizarlos en la pantalla ya que una de las pocas exigencias de la organización del ARC a los buques participantes en la regate es la obligatoriedad de tener un receptor de AIS.

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Además de estos instrumentos de navegación que normalmente te permiten dormir con cierta tranquilidad en una travesía oceánica en la que no sueles encontrarte con demasiados barcos, con tantos veleros a babor y estribor, se hacía necesario salir a la cubierta para hacer una inspección visual cada quince o veinte minutos.

Teniendo en cuenta que cerca de trescientos barcos habían zarpado ese mediodía del puerto de Las Palmas y que aún seguíamos casi idéntico rumbo, no sería exagerado decir que teníamos cerca de un centenar por nuestra banda de estribor. Aunque una gran parte de ellos ya nos habían adelantado y veíamos sus luces de tope de palo, o las de alcance, por popa visualizamos infinidad de diminutas luces rojas, si se acercaban por babor o verdes, cuando lo hacían por estribor.

Navegábamos con el piloto automático y con una alarma en el radar que nos avisaba cuando entraba un barco en un área de seguridad de dos millas de radio. Como es obligatorio también teníamos el VHF en el canal 16 y en ocasiones, escuchábamos tripulaciones de diferentes barcos hablando en todo tipo de idiomas. Utilizaban el canal de seguridad para contactar y luego se pasaban a otros dónde continuaban sus charlas marineras.

Después de un rato frente a la pantalla, en el que aproveché para aprender mejor su funcionamiento y después de comprobar que, los barcos más cercanos no ofrecían al menos en un rato un riesgo de colisión, nos tumbamos en los sofás del salón para estar más cómodos. La noche transcurrió despacio por el constante ir y venir del sofá a la mesa y del salón a la cubierta pero por suerte no hubo ninguna complicación más allá de cambiar el rumbo para no colisionar o perjudicar a los veleros que regateaban.

Amparada por la intimidad y la oscuridad de las noches marineras, fui venciendo mi natural timidez y reserva, abriéndome a confidencias más personales con mi compañero de guardia. Era fácil ya que, además de un gran marino era encantador y una persona muy interesante con la que te sentías enseguida cómoda.

A las cuatro de la mañana se produjo el relevo. Raquel y Giampa compartían el gusto por el té y mientras se calentaba el agua, Gianluca dio el parte nocturno a Giampa. Había dos barcos muy picados y próximos: un monocasco de bandera francesa y otro inglés que lo mismo aparecían por babor que por estribor a menos de una milla. Nos habían dado la noche con sus continuas trasluchadas. El viento, había subido bastante en las últimas horas y decidieron soltar la retenida de la mayor y enrollar un poco el Génova. En varias ocasiones, durante la noche, hubo que cambiar el génova de lado.

Nosotras, entre que hablaban en italiano y todavía no estábamos muy puestas con las maniobras y los vientos, no entendíamos mucho de lo que hablaban. Pero cuando vimos que salían a cubierta a hacer las maniobras los acompañamos en silencio. Me fumé un cigarro en popa y me fui al camarote feliz por la experiencia vivida navegando por la noche. Por suerte, nunca he tenido problemas para dormir y en cinco minutos estaba durmiendo a pierna suelta.

Nos quedaban menos de setecientas millas para llegar a nuestro destino en Mindelo, casi mil trescientos kilómetros, lo que significaba aproximadamente cinco jornadas de navegación. Nuestro sueño empezaba a hacerse realidad.

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