Cómo pasó Benidorm de una diminuta playa a la fiesta eternaEl milagro que se gestó en un viaje en Vespa de 500 kilómetros del alcalde visionario Pedro Zaragoza, que convenció a Franco de que autorizara el biquini, en los años 50, sigue reeditándose periódicamente en Benidorm y su capacidad para ofrecer fiesta y ocio sea verano o ¿invierno? No solo para los británicos, que realizan más de cinco millones de viajes a través del aeropuerto de Alicante-Elche cada año, la mitad del tráfico aéreo total de esta terminal, muchos de ellos con destino a sus hoteles. Al principio, una diminuta playa de apenas 120 metros situada junto al puerto anticipaba el boom de las concurridas playas de Levante y Poniente donde hoy se dirime la guerra por un metro de arena donde plantar la sombrilla, que ha obligado incluso a legislar: hasta que no pase la máquina limpiadora no se puede reservar sitio al amanecer. Pues aquel rincón coqueto, la cala del Mal Pas, acogía a algunas familias con fiambrera y tortilla de patatas por las mañanas. «Solo estaba la carretera, sin bares, y se podía aparcar donde uno quería», rememora Luisa, en aquella época veraneante de pasar el día en pareja, que no recuerda escuchar hablar idiomas extranjeros sobre la arena. En cambio, las veladas se vivían con otro nivel de poder adquisitivo, por ejemplo, el de «belgas a los que les gustaba arreglarse mucho, vestidos con manga larga y que salían a cenar al restaurante, muy elegantes». Así quedó grabado en la retina de Ana -todavía muchacha- que hoy sigue siendo asidua a Benidorm. «Pasábamos el rato con algunos pescadores, había un ambiente callejero bonito, con música en las cafeterías hasta las 12 de la noche», relata Manuel, un hotelero gallego que ha asistido al boom del destino señero de la Costa Blanca alicantina con pesar. «Quisieron hacer un Marbella local, tiraron los precios y hoy no se puede salir de noche, a la mujer le roban el bolso y hay un lugar dedicado solo para ingleses, que los españoles no pisamos para no molestar, con sus grandes borracheras», se lamenta. «A Benidorm le salva el clima que tiene, el 90% empezamos a ir a allí por los huesos, pero también hay mucha juventud de extranjeros para despedidas de soltero, con avión, hotel y barra libre más barato que una cena en su país», resume. Con la orografía privilegiada de la Serra Gelada cerrando el paso a las lluvias, el tiempo soleado y templado da para montar fiestas en todas las estaciones del año. De hecho, aparte de las celebraciones patronales en honor de la Virgen del Sufragio en noviembre, se puede disfrutar de las Fallas (como en Valencia), los Moros y Cristianos, las Hogueras (alicantinas), la Semana Santa, encuentros de casas regionales como la manchega… Además de cenas pantagruélicas de las noches medievales con torneos de caballeros o veladas de rock en directo a pie de playa o espectáculos de piratas y otros montajes con especialistas de cine en el parque temático Terra Mítica. Y conocer curiosidades de especies animales exóticas, como la elefanta Petita y sus complejos cuando la rechaza la manada, en el complejo Terra Natura. Para combatir el calor, Aqualand ofrece las atracciones acuáticas con los desniveles más altos de Europa y una zona de picnic entre pinadas para pasar el día en familia. La variedad lúdica no deja de renovarse e incorporar todas las modas, como la de hace unos años de sumergir los pies en una vitrina con peces minúsculos (Garra Rufa) que limpian de impurezas la piel a bocados, para quienes se atrevan. Y siempre queda el ritual de contemplar vistas desde el mirador, hacerse un selfie, encargar allí un retrato de dibujante o tapear en los «vascos». La playa de Levante de Benidorm todavía permitía pasear por la orilla a finales de los años 50 – ABC
El coste de la vida
El precio de una tumbona con sombrilla eran 20 pesetas y ahora son 8 euros Un refresco se vendía a 20 céntimos de peseta y ahora cuesta dos euros El «chambi» costaba 15 céntimos de peseta y ahora un helado vale dos euros

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