El patriota que creó los primeros Parques Nacionales en EspañaConcha Espina, que utilizaba unos adjetivos y otorgaba unos títulos singulares, calificó a Pedro Pidal equívocamente como «el arrestado», pero no por haber sido detenido sino por sus arrestos, por sus bríos, por su valentía. En efecto, Pidal fue sobre todo un hombre valiente y además simpático, no en potencia, sino en hechos consumados, en logros nada fáciles. Uno de ellos, el más trascendente, fue conseguir la creación de los primeros Parques Nacionales españoles mediante una ley en 1916 y la conservación de dos montañas concretas, Covadonga y Ordesa, en 1918. Pedro Pidal era un patriota y por eso sus Parques fueron nacionales, no regionales ni provinciales ni municipales. Subió el primero, en 1904, con su acompañante el Cainejo, al inaccesible Naranjo de Bulnes para que no fuera un extranjero quien consiguiera poner su pie en la cumbre más bella y significativa de España. Y eligió como primer Parque a Covadonga por motivos tan explícitos como ser la cuna de la Reconquista. Era un consumado cazador, un tirador olímpico, y amó las montañas primero como cotos venatorios y pronto por sí mismas, hizo su propia personalidad en sus paisajes y les devolvió con gratitud la deuda organizando su mejor protección. Cuando se le otorgó poder para ello, dividió ésta en cotos de caza y parques nacionales, en parte diferenciados respectivamente por el control o por la exclusión de la actividad cinegética y en parte confundidos en su fondo como lugares ambos de conservación de la naturaleza. Pedro PidalA mi entender, su figura más atractiva -tuvo varias- reside en su entrega vehemente a los Parques Nacionales, que contiene su aspecto más noble y creador. Si la subida al Pico Urriello o Naranjo de Bulnes es un formidable acto de arrojo y de capacidad montañera, que abrió además la puerta al alpinismo español de empresas difíciles, el carácter que la motivó es también significativo de su temple entregado a la consecución de nuestros Parques Nacionales, en un ambiente no siempre receptivo, y de la consiguiente apertura del capítulo mayor de la protección de la naturaleza en España. Desde hoy la perspectiva es inequívoca: fue un bien nacional indudable. No estaba solo, naturalmente. Tenía apoyos nada menos que en la corona, en ambientes prestigiosos internacionales, en pensamientos y actitudes de minorías cultas, literarias, pictóricas, institucionistas, alpinistas, científicas y forestales. Pero, sin su entrega personal, absolutamente personal, a tal idea y tal empresa no se hubiera iniciado, batallado, conseguido y mantenido algo tan innovador, incluso extraño y hasta políticamente marginal como conservar dos montañas perdidas, periféricas en la Península, y crear el título mismo de Parque Nacional. Sí, dos montañas fueron el arranque de nuestros Parques Nacionales, como convenía a la personalidad de Pedro Pidal, complementarias en su misma concepción, una como peña, Covadonga, y otra como valle, Ordesa, una el risco desnudo, nival, agreste, de roca viva, con bosques y prados en sus flancos, y la otra un paraíso escondido entre murallas de piedra, gran escenario coronado en altitud por un monte al que creían perdido, con bosques apacibles y densos en sus laderas y fondo, surcado por un río transparente que salta en cascadas y, ambos lugares, cobijos solemnes de una fauna de rebecos o sarrios, de quebrantahuesos y bucardos. Fue, sí, una puerta noble que se abrió en nuestra historia reciente, un bien que se nos legó, un ejemplo estimulante y un camino a seguir, cien años después, creciendo en la misma línea. Gracias en 2018, marqués. *Eduardo Martínez de Pisón es geógrafo, escritor y montañero. Síguenos en Facebook y Twitter.

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