Oporto en familia, por tierra, mar y aire

Resulta inevitable que la capital portuguesa haga sombra a la segunda ciudad más importante del país vecino, pero lo cierto es que Oporto poco o nada tiene que envidiar a Lisboa. Para gustos, colores, faltaría más, pero sobran las razones para decantarse por el norte de Portugal a la hora de elegir nuestra próxima escapada, sobre todo si viajamos con niños.

Oporto está de moda. Será, quizá, por el encanto de su decadencia, o tal vez por la fragancia a buen vino que se respira en su atmósfera, sin pasar por alto la fascinación que provoca el hecho de poder contemplar el espectáculo que supone ver cómo el Duero se despide de río hasta convertirse en océano. Sea como fuere, se trata de un destino manejable, acogedor, divertido y muy apetitoso para el paladar, por lo que resulta ideal para descubrir en familia.

La Plaza de la Ribera, en pleno casco antiguo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es nuestro punto de partida, pues se trata del corazón de la ciudad. Aquí huele a mar y a vino, no en vano tenemos la orilla del río a un palmo, mientras que las bodegas más famosas de la zona jalonan el otro margen, ya en la Vila Nova de Gaia. El paseo a pie por esta zona resulta adictivo, gracias a la amalgama de restaurantes salpicados del bullicio que suponen los puestos callejeros aderezados por el ir y venir de los rabelos, las barcas de madera típicas porteñas que no cesan de surcar el Duero. Resulta obligado pasear con calma por esta zona e incluso detenerse, sentarse y dejarse acariciar por la brisa del río mientras contemplamos la imponente silueta del puente de Don Luis I, diseñado por un discípulo de la escuela de Eiffel con la friolera de más de 380 metros de longitud. Los niños se quedan boquiabiertos y los adultos no menos.

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Si el paseo a pie resulta agradable, la aventura por mar también se presenta de lo más apetecible, ya que la travesía en rabelo por el río es una cita obligada. Existen diferentes propuestas, aunque merece la pena optar por la de los seis puentes, de casi una hora de duración que, sin embargo, se hace de lo más atractiva para los peques de la casa.

Desde el cielo

Precisamente desde la otra orilla del río es el momento de lanzarse a la hazaña de descubrir Oporto desde el aire. Para ello debemos ascender hasta el teleférico de Gaia, que nos invita a realizar un emocionante paseo de unos cinco minutos que a los niños les fascina, y a los mayores no les defrauda. Incluso aquellos que tienen vértigo deben dejar a un lado sus miedos, pues las vistas son espectaculares.

Sin salir de Gaia también es posible descubrir una de las bodegas de la zona en familia. Es el caso, por ejemplo, de Calém, que cuenta con un museo muy didáctico que permite averiguar parte del ADN vinícola de la región, así como de las características propias del vino de Oporto a través de catas especialmente diseñadas para todos los gustos.

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