Túnez: Seducción en el Magreb

Manena Munar. 

Su sola situación geográfica entre Mediterráneo, Sáhara y Atlas, es un anticipo a lo que se pueda encontrar durante el recorrido por estas tierras del norte de África tan deseadas y peleadas desde los fenicios a los franceses, pasando por otomanos, corsarios (véase el famoso Barbarroja) berberiscos y turcos, entre otros…

A pesar de que en los tiempos que corren, Túnez, como tantos otros lugares, ha sufrido los avatares del fanatismo, viajando por el país se respira una tranquilidad y seguridad reconfortantes. Un ejemplo de ello es la isla Djerba, compendio de atractivos que ya percibió Homero en el navegar sin fin de Ulises, lo que le llevó a convertirse en la isla de turismo exclusivo que es hoy. Desde la ventanilla del coche se suceden pueblos encalados de los que sobresalen torres de las muchas mezquitas que le han merecido el apelativo de «la Isla de las Cien Mezquitas». Así hasta llegar a su capital, Houmt Souk , un lugar apacible donde la gente se sienta en los cafés a tomar té con hierba buena o fumar cachimba, pasea por la medina llena de magnéticos puestos o se suma a la subasta de pescado donde los «reyes de la lonja», sentados en tronos de madera, venden el botín del día a todo aquel que quiera pujar por una fresquísima dorada o lubina. Al mar de color turquesa le rodean playas de arena blanca por la que galopan jinetes estimulando al visitante a dar un paseo ecuestre antes de sumergirse en las cristalinas aguas.

Para entender la forma de vida en las haciendas (menzel) de Djerba, conviene visitar el museo tradicional de Guellala con los talleres de alfarería y las prensas de aceitunas que, giradas por camellos o burros, exprimían ese espeso aceite de oliva, ahora vendido a granel a Italia y España y cotizado por el mercado alemán que paga precios astronómicos al considerarlo como uno de los aceites más ricos en propiedades antioxidantes.

La sinagoga de la Ghirba se llena en primavera de aquellos que llegan en peregrinaje por la fiesta judía de Lag Baomer, convirtiéndola durante esos días en la llamada Jerusalén de África por su masiva afluencia.

Entrando al fuerte de Ghazi Mustapha del siglo XIV, sus milenarias piedras aún transmiten la gesta de las tropas turcas cuando aislaron a las españolas que sucumbieron de hambre y enfermedad. No lejos del castillo se encuentra el mausoleo en honor a los allí caídos.

En dirección al Sáhara se cruza al continente atravesando el puente romano del siglo III a.C. A izquierda y derecha de la carretera las tiendas de todo un poco se codean con unas gasolineras muy singulares. En estanterías férreas, los bidones de plástico contienen algunos litros de la gasolina que viene de Libia, trasiego al que las autoridades hacen la vista gorda, al suponer el «modus vivendi» de muchas familias de la zona.

La llegada a Tataouine , Tatooine en Star Wars, es hacerlo al escenario de Mos Espa, al hogar de Anakin Skywalker. Los graneros de Tataouine se remontan a los tiempos de trashumancia en que pastores seminómadas guardaban sus enseres y provisiones en los «ksour»(graneros) durante sus seis meses de ausencia, hasta que en el siglo XIX se hicieron sedentarios y los «Ksour» perdieron su razón de ser.

De nuevo en ruta, el paisaje seco, aún permite las plantaciones de olivos y el enclave de algunos pueblos como Chenini, uno de los más bellos de la región de Dahar, donde parar a tomar un té con dulces mientras el murmullo monótono del muecín brota de la mezquita paralizando tiempo y conversación.

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De película

No más vegetación, las dunas protagonizan el escenario con un oleaje arenoso que hipnotiza y seduce. Siguiendo los pasos del celuloide en pocos kilómetros se pasa de la Guerra de las Galaxias al plató sahariano de El Paciente Inglés, donde las jaimas esperan bien equipadas con mantas para paliar el descenso de la temperatura que llega a la caída de la tarde. Es una grata experiencia el zigzaguear las dunas colindantes al oasis de Ksar Ghilane a bordo de un quad, hasta alcanzar las ruinas de la fortificación del nómada Ghilane que allí se instaló, adivinando la existencia de agua en los límites del Gran Erg Tunecino.

El panorama de Túnez capital es muy distinto al anterior. Amplias avenidas de corte europeo, Art Nouveau francés en su arquitectura, gente con aire cosmopolita, jóvenes en vaqueros y minifaldas y el encanto de una Medina que ha merecido la denominación de la Unesco, donde aún se respira esa forma de vida ancestral entre sus callejuelas llenas de comercios, a los que acude la gente del barrio para luego sentarse en alguno de los animados cafés a tomarse un té con piñones. Iglesias católicas, mezquitas y sinagogas testimonian la buena convivencia de las tres culturas. Sobresaliente es la mezquita del Olivo del sisglo VIII, en los confines de la Medina.

El Museo del Bardo cuenta con una impresionante colección de mosaicos y objetos artesanales de la era romana, pasando por Cartago, la otomana y la herencia judía de Túnez .No se puede dejar el país sin visitar los vestigios de lo que fue Cartago, para luego acercarse al pueblo blanco-azul de Sidi Bou Said. La ciudad mira al mar desde lo alto, desde esas casas blancas matizadas por puertas y ventanas azules que han atraído a multitudes de visitantes desde tiempos inmemoriales. Más información en la página web www.turismodetunez.com.

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Source: Viajes y Turismo

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