ANA M. AGUILAR

  • La localización de Innsbruck (Austria) permite al visitante disfrutar de la comodidad de una urbe cosmopolita y de la naturaleza en las montañas.
  • En menos de media hora, un teleférico lleva al excursionista a la cima de los montes alpinos, a más de 2.000 metros de altitud.
  • Un paraje único para marchas en plena naturaleza, rutas nocturnas con linternas, sendas en bicicleta y baños en los lagos.

Innsbruck, Austria

Situado al oeste de Austria entre gigantescas montañas, Innsbruck es un enclave único que permite al visitante disfrutar de la comodidad y el encanto de una ciudad histórica y trasladarse en tan solo veinte minutos al increíble paisaje de los Alpes, a más de 2.000 metros de altitud.

No en vano, la ciudad austriaca ha acogido dos Juegos Olímpicos de Invierno -y ha sabido conservar y sacar partido a las instalaciones deportivas-. Las pistas de esquí de la ciudad son famosas a nivel internacional y cuando la nieve se derrite el increíble paisaje alpino ofrece múltiples posibilidades al visitante, como el senderismo o la bicicleta de montaña.

Los caminos que recorren las montañas alpinas están señalizados y acaban en tabernas y refugios donde el senderista puede tomarse un refresco en las alturas, con vistas únicas a los Alpes. De mayo a septiembre, el excursionista tiene la oportunidad de caminar con un guía de montaña de la mundialmente conocida Escuela Alpina de Innsbruck, gracias a un programa gratuito que incluye botas, una mochila y actividades para todos los niveles, incluidos niños y mayores.

La experiencia también se puede vivir sobre dos ruedas. Los ciclistas tienen a su disposición 115 kilómetros de rutas señalizadas, entre 600 y 2.250 metros de altitud. Sendas diurnas, excursiones al amanecer, caminatas nocturnas con linternas y rutas en bicicleta de montaña, toda una experiencia para explorar los ángulos más bellos de la montaña.

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Los más aventureros pueden optar por deportes de riesgo con la escalada, el parapente y la equitación; mientras que los más tranquilos disfrutan de una clase de yoga en la montaña, crossfit en plena naturaleza, marchas con bastones o un relajante baño en los numerosos lagos de la región.

Un teleférico y un moderno funicular conectan la cima y las laderas montañosas con el corazón urbano en menos de media hora. La reconocida arquitecta Zaha Hadid ha diseñado las estaciones del funicular Hungerburgbahn, de un estilo muy futurista con formas que se inspiran en la nieve y el hielo. Un concepto modernista que la artista replica en el espectacular trampolín de saltos olímpicos, en el sur de la ciudad. Desde la torre olímpica los curiosos pueden contemplar a los esquiadores más experimentados lanzarse al aire tanto en invierno como en verano -gracias a una pista de hierba mojada- y maravillarse con el paisaje desde un café y restaurante panorámico.

Austria imperial

Las botas de montaña se cambian por los zapatos de tacón para recorrer las elegantes tiendas, restaurantes y bares de copas del centro histórico. La calle de María Teresa es una de las avenidas más agitadas, coronada por el símbolo emblemático de la ciudad, el Tejadillo de Oro -recubierto con 2.657 tejas de cobre doradas al fuego- que recubre un balcón encargado por el emperador Maximiliano I.

El casco antiguo, de 800 años de antigüedad, es un testimonio vivo de los tiempos antiguos, siempre con las inmensas montañas como marco de los lujosos edificios góticos, de las casas burguesas y de los mercados. Las construcciones más modernas recubren su superficie con cristal para que el viandante vea a su paso el reflejo de las montañas.

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La huella del Imperio austríaco se deja ver por toda la ciudad. El Palacio Imperial (Hofburg, en alemán) era la antigua residencia de los Habsburgo y merece la pena recorrer sus bellas salas con una mezcla de estilos gótico y barroco. Muy cerca se encuentra la Iglesia de la Corte, también conocida como la ‘Iglesia de los hombres negros’ por sus 28 estatuas de bronce que acompañan la tumba vacía de Maximiliano y representan a miembros de la familia y personajes legendarios, como el rey Arturo, María de Borgoña y el rey Fernando de Portugal.

Para disfrutar completamente de toda la historia y vida cultural de Innsbruck (con 200 conciertos al año y más de 30 museos) es muy recomendable hacerse con la tarjeta Innsbruck Card, que incluye la entrada a muchas de las atracciones turísticas, además del transporte público. El precio por un día es de 33 euros.

Aldeas de cuento y un mundo de cristal

Daniel Swarovski fundó su prestigiosa firma en Wattens, un pequeño pueblo cercano a Innsbruck, en 1995. Allí se encuentran los Mundos de Cristal de Swarovski, un museo donde numerosos artistas han diseñado salas enteras con los cristales de la firma. Más de una decena de cámaras subterráneas forman las Cámaras de las Maravillas, repletas de moda, diseño y arte.

La más representativa es La Bóveda de Cristal, una habitación circular forrada de 595 espejos que persiguen hacer sentir al visitante que está encerrado dentro de una gran bola de cristal. El recinto también cuenta con un fantasioso jardín que guarda una de las atracciones más llamativas: una nube metalizada con 800.000 cristales, además de la famosa fuente del gigante.

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Aún más cerca de Innsbruck, a tan solo un cuarto de hora, más de 25 pequeñas aldeas pueblan los alrededores de la ciudad. Pueblos como Lans, Igls o Patsch trasladan al visitante al mundo rural del Tirol, con casas campestres (también para turistas) y tabernas típicas. En ellas se puede degustar una contundente sopa austriaca, un carpaccio de buey, goulash o las tradicionales salchichas.

Los puestos están rodeados de sendas y lagos ideales para actividades en familia. Paseos andando o en bici y chapuzones en el lago. Lugares idóneos para desconectar del ajetreo diario, sumergirse en la increíble naturaleza austriaca y sentir la tranquilidad y hospitalidad de los aldeanos. Y, a tan solo un cuarto de hora, la comodidad y el encanto de la ciudad histórica de Innsbruck.

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