HÉCTOR GONZÁLEZ

  • La imagen de Sóller va ligada a su ubicuo tranvía, mientras que la de Banyalbufar despunta por sus balcones de viñedos que parecen pender sobre el Mediterráneo.
  • La bella población de Valldemossa destaca por su devoción a Santa Catalina de Thomas y por sus características cocas dulces de patata.

Valldemosa, localidad y municipio español situado en la parte occidental de la isla de Mallorca

El topónimo Mallorca evoca calas, sol, vacaciones, turismo, su concurrido aeropuerto de Son Sant Joan o sus variopintas playas. No obstante, la isla atesora espacios naturales como la Serra de Tramuntana, con el pedigrí de Patrimonio de la Humanidad en la categoría de paisaje cultural y paraíso de ciclistas y senderistas, el imponente castillo de Capdepera o Fornalutx, cerca de Sóller y englobado en el selecto grupo de Los Pueblos más Bonitos de España.

Primavera constituye una estación perfecta para, de norte a sur o de este a oeste, o incluso trazando un imperfecto círculo zigzagueante, recorrer la isla y disfrutar de sus encantos no playeros. Aunque sin desdeñar el sinuoso descenso para acceder a Port des Canonges o una preciosa puesta de sol sobre los acantilados de CapBlanc, junto a su faro y escuchando el graznido de decenas de gaviotas.

Pongamos que iniciamos nuestro itinerario en sábado, lo cual nos proporciona la oportunidad adicional de disfrutar de algunos mercados ambulantes. Como el de Campos, en el mismo centro de la isla; o incluso mejor todavía, el de Santanyi, que arremolina en el eje urbano de esta localidad desde frutas ecológicas a tiendas de ropa ‘estilo ibicenco’, sin olvidar degustaciones gastronómicas en un municipio que despunta por sus galerías de arte. Muy concurrido y de difícil aparcamiento por la estrechez de sus calles.

Más bucólico, y a escasos kilómetros para relajarse del estrés de atravesar las abarrotadas calles del mercado, se encuentra Cala Figuera, pequeño municipio costero con un brazo de mar repleto de embarcaciones fondeadas de pescadores y deportistas. Existen rutas señalizadas a pie para bordear su tradicional puerto, surcando los aparcamientos terrestres de las aludidas embarcaciones, con sus rampas de acceso. Una alternativa para retrotraerse unas décadas y para, posteriormente, acomodarse en una de las tranquilas terrazas de los bares costeros. Todos con sus cartas en alemán, natürlich.

Y siguiendo con ese espíritu marinero ancestral, de lleno en la costa este de la isla, nos adentramos en Portocolom, subrayado en determinadas guías como el último pueblo pesquero mallorquín. Desde luego, cientos de barcas de trabajo fondeadas dan fe de ese legado. Una buena opción para percibir la magnitud de esa herencia pescadora y para contemplar sus coloridas viviendas a pie de mar consiste en recorrer la tranquila carretera que casi bordea la cala. Casi porque la parte de mar ya no puede abarcarse por vía terrestre.

Retornamos hacia el interior en este recorrido serpenteante que proponemos por Mallorca. Enfilamos hacia Felanitx, apenas a diez kilómetros de Portocolom, con destino final su imponente iglesia de Sant Miquel, del siglo XVI, donde han tenido la idea tan lógica como inusual de colocar en cada capilla un rótulo explicativo con un dibujo e información de cada cuadro, de cada escultura. Después de un relajante paseo por el centro peatonal de la localidad vale la pena auparse al castillo de Santueri, que deslumbra sobre todo por su maciza silueta, izada en una de las cimas de la sierra de Levante.

Serra de Tramuntana

Cambio de tercio y viraje hacia el oeste de la isla, hacia la Serra de Tramuntana, con sus Puig Mayor y su Puig de Masanela como cimas destacados. Espacio con un tirón enorme para ciclistas, aunque la escasez de carril bici y de arcenes y la proliferación de curvas con escasa visibilidad multiplican el riesgo de accidente y de atropello. El recorrido comienza en Banyalbufar, que llama la atención por sus vistas sobre balcones de viñedos y, tras ellos, la inmensidad del Mediterráneo. Pueblo de montaña, con sus lavaderos seculares, su iglesia monumental y sus cafeterías pendidas sobre el mar.

Desde allí prácticamente se inicia el vertiginoso descenso a Port des Canonges. Carretera de doble dirección por la que apenas cabe un vehículo en muchos de sus tramos, socavones por doquier y curvas de 180 grados jalonan cuatro kilómetros que pueden llegar a resultar interminables. Las características del camino hacen presagiar que se acabará en una playa desértica. Nada más lejos de la realidad. Una aglomeración de viviendas emerge a una veintena de metros sobre el nivel del mar. Y bajo, la cala que da nombre a esta aventura.

Seguimos el ascenso por la Sierra de Tramuntana hacia el norte de la isla. Próximo hito, Valldemossa, un precioso municipio con su mercado dominical ambulante de gastronomía junto a la oficina de turismo. Sus hornos, sus terrazas y sus cocas dulces de patata constituyen algunas de sus señas de identidad. Aunque también la define su enorme devoción por Santa Catalina de Thomas. Su imagen, en preciosos azulejos, rotula numerosas viviendas. Su cartuja con amplios y frondosos jardines, sus bellas iglesias o sus calles ornamentadas de vegetación se suman a sus encantos.

Continuamos hacia el norte, con parada en el turístico municipio de Deia, y más en concreto en la puerta de la casa museo de Robert Graves, el autor de Yo, Claudio, entre otras muchas novelas. Última escala antes de llegar a la capital serrana, Sóller, con su ubicuo y característico tranvía que la atraviesa y que, en sus cinco kilómetros de recorrido a siete euros el trayecto, enlaza la céntrica estación, fácil de identificar por su museo del ferrocarril, con el puerto.

Sentarse en una cafetería en su epicéntrica plaza, frente a su achatada casa consistorial, permite disfrutar de esta localidad tras un recorrido por su mercado o por su iglesia de Sant Bartomeu con la cúspide de su fachada que asemeja a una almena que ejerce de atalaya del municipio.

Comparada con Sóller, la cercana población de Fornalutx resulta tranquila y poco concurrida, aunque sus calles sinuosas y que reportan sorpresas en muchas de sus esquinas bien merecen un tránsito pausado. El extenso aparcamiento ubicado junto a la carretera facilita ese recorrido peatonal para quien acuda en vehículo.

Vamos a la franja norte. Primera etapa: Pollença, con su monumental iglesia de Santo Domingo que presta su espacio al legado de Pilar Citoler, con una exposición dedicada a los 40 veranos que la conocida mecenas ha disfrutado en esta localidad. El gallo sobre la fuente emerge como símbolo local, aunque sus calles entrecruzadas de subida hacia el calvario, en sus inicios repletas de tiendas de ropa, también despuntan entre los recuerdos más imborrables de quien la visita.

El puerto de Pollença sobresale como uno de los atractivos más identificativos de Mallorca, a siete kilómetros del casco urbano. Constituye la puerta de acceso al cabo de Formentor, 18 eternos kilómetros más allá en los que el volante del vehículo apenas permanece recto. Giro a giro. Curva tras curva. Con la torre vigía a mitad de camino como área de descanso y observación.

Nuevo hito: Alcúdia, con su yacimiento romano que muestra los restos de la antigua Polentia, su anfiteatro y el precioso casco urbano circundado por vestigios amurallados. En su interior, un revoltijo de calles en las que, como en la mayor parte de municipios mallorquines, se aglomeran turistas en sus tiendas de ropa y terrazas de bares y cafeterías.

El castillo de Capdepera

Tras una parada en Artà, descendemos hacia la costa este. Más en concreto hacia Capdepera, donde se yergue su emblemático castillo al que se accede tras subir varias rampas y 143 escalones. La astucia con la que Jaume I logró la rendición mora, haciendo creer que disponía de tropas bastante más numerosas que las reales, y el histórico tratado de capitulación, representan algunas de las escenas que han vivido sus muros. De propiedad municipal, su estampa resulta imponente.

Desde luego, un recorrido por Mallorca queda inacabado sin pasear por Palma, su cosmopolita capital, y contemplar absorto el interior de su catedral o subir hasta el castillo de Bellver, basado en los estudios geométricos del erudito Ramón Llull y que acogió, a la fuerza y como prisionero, a Jovellanos. La iglesia de San Miguel, el mercado de l’Olivar…, los encantos se acumulan.

No obstante, en esta crónica de viajes nos centramos más en otros lugares de los que no se ha escrito tanto. O donde se respira más tranquilidad. Aunque este término resulta relativo en una isla tan turística como Mallorca. En cualquier caso, un paseo por Llucmajor, con su enorme y apacible plaza central peatonal, o por Porreres, recuerdan que la isla tiene su idiosincrasia, su vida propia y su día a día más allá del fragor del turismo.

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